¿La desigualdad social: un peor envejecimiento?


Leyendo uno de varios informes y estudios sobre la vejez allende los mares, para establecer diferencias (más allá de las evidentes) entre nuestro país y nuestros hermanos(?) europeos, dí con un estudio bastante curioso realizado por el University College de Londres. El estudio en sí proclamaba que, en base a nuestro nivel de estudios nuestro envejecimiento celular puede ser más veloz o no.


Horrorizado, me llevé las manos a la cabeza (metáforicamente hablando, sustituí ese gesto por un rictus labial en señal de encabronamiento, perdónenme el vulgarismo): ¿cómo era posible que una entidad de tanto prestigio, subyugara la biología (que nos trata, salvo ruletas genéticas, a todos por igual) al nivel de estudios? Seguí leyendo, intentando aplicar mi tan cacareado autocontrol, con el que tanto doy la vara a mis alumnos de HHSS y AAD, pero con una vena palpitando en mi frente: en algún momento esto tendría una explicación lógica.

Estadísticamente hablando, el estudio se había realizado con 400 hombres y mujeres de entre 53 y 75 años, a los que se les había extraído sangre para identificar y analizar la longitud de sus telómeros (las puntas de las estructuras de nuestros cromosomas, encargadas de la división celular): cuanto más cortos eran, peor, o más rápido, era también el proceso de envejecimiento del sujeto. Resultado del estudio: cuanto más baja era la formación, menos largos eran los telómeros... y la vena en mi frente, aún más gruesa.

La explicación subsiguiente al análisis concluía de la siguiente forma: existe una relación entre la salud y el estatus socioeconómico, ya que se deducía que las personas más pobres comen peor, hacen menos ejercicio, y fuman más, además de tener un acceso más difícil a una asistencia médica de calidad. Durante un momento, mi hinchazón frontal bajó, y el color malva de mis mejillas se diluyó para pasar al blanco nuclear (que tristemente, en mí es natural).

También se afirma que la educación podría ser más determinante a largo plazo que su actual poder adquisitivo y estatus social, ya que una educación superior (¿formal? ¿informal? ¿académica? ¿familiar?... las preguntas se agolpaban en mi mente) puede contribuir a que las personas adopten unos hábitos de vida más saludables (dieta equilibrada, practicar ejercicio regularmente, y conductas no saludables tales como el abuso de alcohol, tabaco, etc...).

El profesor Andrew Steptoe, director del estudio afirma:
La educación determina la clase social que las personas adquieren a temprana edad, y nuestra investigación sugiere que es la exposición prolongada a un estatus social más bajo lo que promueve una aceleración del envejecimiento celular.

Asimismo, informa que los sujetos con mayor formación suelen estar sometidos a un menor nivel de estrés a largo plazo (otro factor en el achatamiento de los telómeros), ya que los que tienen un menor nivel académico sufren (agarraos) inseguridad laboral, una autoestima más baja, y les resulta más penoso conciliar la vida familiar y laboral, dadas sus peores condiciones laborales y más bajos ingresos económicos.
Obviamente, el buen doctor Steptoe debería darse un garbeo por su propia ciudad, y hacer algo más de observación participante, ya que en mi modesta opinión (y a todas luces bajísima formación en comparación con la suya) creo que se confunden el nivel socioeconómico, haciendo hincapié en la segunda palabra del término, con la formación. Y aún diría más, creo que la diferencia también debe establecerse entre academicismo y pura y dura educación en la salud, esa que se da (se debe dar) en los colegios públicos y en los hogares privados, sean de la extracción social que sean.

En cuanto al binomio sueldo-formación académica... miren, vamos a dejarlo, que creo que me encuentro mal y noto como los telómeros se inflan ... ay no, ¡perdón!, quería decir que se me encogen.


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